Muchos son los poemas de Lope de Vega dedicados a la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, y algunos de ellos han tenido cabida ya en este blog. Así, por ejemplo, los titulados «A Cristo en la Cruz», «A la despedida de Cristo nuestro bien de su Madre Santísima», «A la muerte de Cristo Nuestro Señor» o «Al entierro de Cristo», además de los sonetos que comienzan «Muere la vida y vivo yo sin vida…», «Dulce Señor, mis vanos pensamientos…» o el célebre «Pastor que con tus silbos amorosos…», entre otros textos.
Añadiré hoy el romance de las Rimas sacras «Al ponerle en la cruz», que describe el momento de la crucifixión. Ahora bien, el relato en tercera persona de aquellos hechos alterna con los apóstrofes a Cristo en los vv. 41-56 («mi Jesús, bien de mis bienes», v. 42, «mi Amor», v. 49) y a la Virgen María en los vv. 61-72 («divina Madre suya», v. 61, «Reina de los cielos», v. 65, «Madre de piedad», v. 69); pero la voz lírica apela sobre todo directamente al alma pecadora y endurecida, en dos ocasiones (vv. 25-28 y 81-84), un «Alma pegada en tus vicios…», «Alma de pórfido y mármol» a la que se le dirige la admonición final «no te despierte la muerte».
Este es el texto del romance:
En tanto que el hoyo cavan
adonde la cruz asienten,
en que el Cordero levanten
figurado por la Sierpe[1],
aquella ropa inconsútil[2]
que de Nazaret ausente
labró la hermosa María
después de su parto alegre,
de sus delicadas carnes
quitan con manos aleves[3]
los camareros que tuvo
Cristo al tiempo de su muerte.
No bajan a desnudarle
los espíritus celestes,
sino soldados que luego
sobre su ropa echan suertes.
Quitáronle la corona,
y abriéronse tantas fuentes,
que todo el cuerpo divino
cubre la sangre que vierten.
Al despegarle la ropa
las heridas reverdecen,
pedazos de carne y sangre
salieron entre los pliegues.
Alma pegada en tus vicios,
si no puedes, o no quieres
despegarte tus costumbres,
piensa en esta ropa, y puede.
A la sangrienta cabeza
la dura corona vuelven,
que para mayor dolor
le coronaron dos veces.
Asió la soga un soldado,
tirando a Cristo de suerte
que donde va por su gusto
quiere que por fuerza llegue.
Dio Cristo en la cruz de ojos,
arrojado de la gente,
que primero que la abrace
quiere también que la bese.
¡Qué cama os está esperando,
mi Jesús, bien de mis bienes,
para que el cuerpo cansado
siquiera a morir se acueste!
¡Oh, qué almohada de rosas
las espinas os prometen!
¡Qué corredores dorados
los duros clavos crueles!
Dormid en ella, mi Amor,
para que el hombre despierte,
aunque más dura se os haga
que en Belén entre la nieve.
Que en fin aquella tendría
abrigo de las paredes,
las tocas de vuestra Madre
y el heno de aquellos bueyes.
¡Qué vergüenza le daría
al Cordero santo el verse,
siendo tan honesto y casto,
desnudo entre tanta gente!
¡Ay, divina Madre suya!,
si agora llegáis a verle
en tan miserable estado,
¿quién ha de haber que os consuele?
Mirad, Reina de los cielos,
si el mismo Señor es este,
cuyas carnes parecían
de azucenas y claveles.
Mas, ¡ay, Madre de piedad!,
que sobre la cruz le tienden,
para tomar la medida
por donde los clavos entren.
¡Oh, terrible desatino!,
medir al inmenso quieren,
pero bien cabrá en la cruz
el que cupo en el pesebre.
Ya Jesús está de espaldas,
y tantas penas padece,
que con ser la cruz tan dura,
ya por descanso la tiene.
Alma de pórfido y mármol,
mientras en tus vicios duermes,
dura cama tiene Cristo,
no te despierte la muerte[4].
[1] el Cordero … figurado por la Sierpe: reminiscencia bíblica, de Números, 21, 1-9: cuando los israelitas atraviesan el desierto tras escapar de Egipto, muchos de ellos mueren mordidos por las serpientes; por indicación del Señor, Moisés fabrica una serpiente de bronce y la coloca en un asta. Todos los mordidos por las serpientes que miran a la serpiente de bronce, sanan. Esta serpiente exaltada en el asta es trasunto de Cristo salvador en la Cruz. Comp. con estos versos del romance «A Cristo en la Cruz, un pecador penitente», de Agustín López de Reta: «Si abrigó el pecho en afectos / áspides que le envenenan, / en ti, exaltada Serpiente, / salud prodigiosa encuentra» (en Vida de Nuestra Señora. Escribíala don Antonio Hurtado de Mendoza. Continuábala don Agustín López de Reta. Y añade dos romances, a Cristo en el Sacramento y a Cristo en la Cruz. Y una paráfrasis del Padre Nuestro. Dedícala a la muy ilustre señora doña Leonor de Arbizu y Ayanz, con privilegio, en Pamplona, por Martín Gregorio de Zabala, impresor del reino, año 1688).