La fiesta del Espíritu Santo, solemnidad de Pentecostés, por José-Román Flecha
“Cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua” (Hech 2,11). Así concluye la primera lectura que se proclama hoy en la misa de esta fiesta de Pentecostés. El libro del Génesis nos dice que allá en Babel, el orgullo de los hombres los llevó a confundir sus lenguas.
La luz y la fuerza del Espíritu de Dios los ayuda a entenderse entre sí. En efecto, el amor que es el primero de los frutos del Espíritu nos ayuda a superar las divisiones. El amor nos hace salir de nuestro individualismo. Gracias al amor podemos llegar a entendernos con nuestros semejantes.
El salmo responsorial contempla la acción de Dios sobre toda la creación. Y, de paso, subraya la posibilidad de que el ser humano pueda leer en ella los signos de la presencia de Dios. Así se dirige a Dios el piadoso israelita refiriéndose a los seres vivientes: “Envías tu aliento, y los creas, y repueblas la faz de la tierra” (Sal 103).
San Pablo afirma que nadie puede decir “Jesús es Señor si no es bajo la acción del Espíritu Santo” (1 Cor 12,3). Él es el promotor del entendimiento entre todos los creyentes. A pesar de nuestras diferencias, “todos hemos bebido de un solo Espíritu” (1 Cor 12,13)
EL ESPÍRITU DEL PERDÓN
En esta fiesta de Pentecostés el evangelio nos recuerda una vez más la primera aparición de Jesús Resucitado a sus discípulos (Jn 20,19-23). El Señor se presenta ante ellos con sus llagas. Sus palabras los invitan a extender a todos los hombres el perdón de Dios:
– “Recibid el Espíritu Santo”. Jesús les había dicho que el Espíritu sería para ellos el Abogado y el Consolador. Gracias al Espíritu de la verdad, podrían descubrir la hondura del misterio de Cristo. Tras la muerte y resurrección de Cristo, se cumple aquella promesa.
– “A quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados”. En la noche de la agonía en Getsamaní, los apóstoles habían abandonado a su Maestro. Pero Jesús no se presenta ante ellos para juzgarlos y condenarlos, sino que les confía el ministerio del perdón.
– “A quienes se los retengáis, les quedan retenidos”. El Resucitado confía a sus discípulos la misión de iniciar un discernimiento sobre el mal y el bien, sobre la obstinación en el mal y el arrepentimiento sincero y confiado.
ADMIRACIÓN Y ALEGRÍA
El Espíritu nos ayuda a pasar de la admiración a Jesús al reconocimiento del Cristo. Por eso nos atrevemos a invocar su venida:
“Ven, dulce huésped del alma”. Como Abrahán acogió en Mambré a los tres mensajeros celestes, así el Espíritu es acogido por el creyente en la pobre estancia de la tienda en la que vive. Si no damos posada al Espíritu, quedaremos vacíos y turbados.
“Descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego”. Todos andamos más cansados y agotados de lo que solemos reconocer. Pero el Espíritu de Dios da sentido a nuestro trabajo y alegría a nuestro descanso.
“Gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos”. No es fácil consolar al que sufre. La indiferencia o el orgullo nos impiden ver el dolor humano con ojos de misericordia. Solo la luz del Espíritu de amor es manantial de consuelo y de esperanza.
– Oh Dios, vuelve tus ojos hacia esta humanidad. Derrama sobre ella los dones de tu Espíritu, para que te descubra y te ame como a Padre y reconozca a Jesús como Salvador y guía de esta vida nuestra que discurre sin descanso y sin frutos. Amén.
José-Román Flecha Andrés