Pentecostés 1. Las obras del Espíritu Santo

Año tras año he venido repitiendo en esta fiesta, desde 2007, el tema y teología del Espíritu Santo, y así podrá verlo quien lo quiera, buscando en mi blog de RD.

Pues bien, este año he querido hablar de las Obras del Espíritu Santo, que se identifican con las obras del misericordia espirituales, esto es, propias del Espíritu Santo, que se expresa a través de ellas en la vida de los creyentes y del conjunto de la iglesia.

Empezaré recordando, a modo de ejemplo que suele hablarse los siete “dones” del Espíritu Santo, en la línea de Is 11, para evocar después los siete frutos, citados por San Pablo en Gal 5, 22. Pero me detendré después en las obras del Espíritu Santo, que son obras de misericordia humana, pero son, al mismo tiempo, obras de la misericordia de Dios, que es el Espíritu Santo.

En esa línea, Pentecostés es la fiesta de Dios como Espíritu de amor/vida que se manifiesta y actúa en la vida de los hombres. Pero es al mismo tiempo la “fiesta y compromiso” de los hombres, que se van haciendo espirituales, en un gesto de amor mutuo, de experiencia de vida.

Como el tema es largo, publicaré hoy sólo las dos primeras obras (enseñar, aconsejar) A lo largo de la Semana de Pentecostés publicaré las cinco siguientes.

Como verá quien siga leyendo, según el evangelio, la primera “obra” del Espíritu Santo es la enseñanza (el Espíritu Santo os lo enseñará todo…). En esa línea, las obras del Espíritu Santo comienzan por la enseñanza. Buena Vigilia y día de Pentecostés.

Evangelio de Pentecostés: Juan 14, 15-16. 23b-26 (extracto)

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor, que esté siempre con vosotros… Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.”

1. SIETE DONES, SIETE FRUTOS

a. Siete dones (Is 11, 1-3)

La tradición católica ha puesto de relieve los siete dones o espíritus de los que habla la traducción latina de Is 11, 1-3 (cf. Catecismo de la Iglesia católica 1992, num 1831). El texto original hebreo habla sólo de de seis espíritus:

«Un retoño brotará del tronco de Jesé y un vástago de sus raíces dará fruto. Sobre él reposará el espíritu de Yahvé: espíritu de sabiduría y de entendimiento, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de conocimiento y temor de Yahvé. Él se deleitará en el temor de Yahvé».

La traducción de la Vulgata ha interpretado el texto, añadiendo un don:

Y descansará sobre él el Espíritu del Señor:
Espíritu de sabiduría y entendimiento,
Espíritu de consejo y fortaleza,
Espíritu de ciencia y de piedad,
y le llenará el Espíritu del temor de Dios.

Al final del texto hebreo se repetía, por paralelismo literario, el espíritu de temor; pero EL texto latino pone «piedad» en lugar de la primera vez en que aparece temor. De esa forma quedan los siete dones del Espíritu, que la tradición católica ha destacado.

Esos siete dones son la expresión más alta del “espíritu mesiánico”, es decir, de la presencia y acción del Espíritu Santo en la vida de los que siguen a Jesús:

sabiduría y entendimiento,
consejo y fortaleza,
conocimiento y piedad
y temor de Dios.

b. Los siete frutos (Gal 5, 22)

San Pablo conoce y expone, en un lugar privilegiado de su obra, los siete frutos del Espíritu Santo, es decir, los frutos que produce en el creyente la presencia y obra del Espíritu Santo. San Pablo los contrapone a las obras de la “carne”, es decir, de la vida estéril de aquellos que se cierran en su egoísmo (Gal 5, 19-21) que son:

fornicación, impureza, desenfreno,
idolatría, hechicería,
enemistades, pleitos, celos, ira, contiendas, disensiones, partidismos,
envidia, borracheras, orgías y cosas semejantes a éstas.


En ese contexto añade san Pablo los nueve frutos del Espíritu (que por paralilismo con lo anterior deberían llamarse obras del Espíritu Santo), que están mucho mejor estructurados que las obras de la carne (que eran al menos quince…):

amor, gozo, paz,
paciencia, benignidad, bondad,
fidelidad, mansedumbre, continencia (Gal 5, 22)

De esos nueve frutos del Espíritu, que forman un esquema completo, que consta de nueve miembros (3 por 3) sólo quiero citar y comentar aquí los tres primeros, que forman una clara unidad:

‒ El primer fruto del Espíritu es el amor. Más que fruto se le podría llamar identidad, conforme a todo lo indicado: el espíritu de Dios se identifica en sí como con el amor, como supone 1 Cor 13. Comparando este pasaje con otros de San Pablo, podemos añadir que el amor es la verdad del Espíritu Santo, es decir, del perdón creador que Dios ofrece a los humanos en el Cristo.

‒ El segundo fruto es el gozo… que nace del amor y que aparece como signo del Espíritu. Frente al mensaje del Bautista, que puede condensarse como voz amenazante de juicio (cf. Mt 3, 7-12), el Espíritu del Cristo viene a presentarse como llamada desbordante a la alegría. Quizá pudiéramos añadir que el amor mismo se vuelve gozo: es el amor que ya no juzga, no se impone, no pretende nada por la fuerza, nada teme.

‒ El tercer fruto del Espíritu es la paz. En la trilogía anterior la paz venía antes que el gozo, ahora aparece después, como despliegue y culminación de ese gozo del Espíritu. Se trata, sin duda, de una paz interna, pero es claro también que ella se expresa en las diversas circunstancias de la vida externa, como expresión de la reconciliación humana lograda por el Cristo.

Amor, gozo y paz… Esta es la más perfecta definición del Espíritu Santo y de la vida del cristiano. Esto es el Espíritu de Dios, esto es Pentecostés. Del amor brota de un modo natural el gozo de la vida, la felicidad de ser amados y amar, en camino donde emerge la paz y se supera la violencia de la “carne” que conduce a la lucha y a la muerte entre todos los humanos.

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