Cuando se da una esperanza total que prevalece sobre todas las demás esperanzas particulares, que abarca con su suavidad y con su silenciosa promesa todos los cimientos y todas las caídas;
Cuando se acepta y se lleva libremente una responsabilidad donde no se tienen claras perspectivas de éxito y de utilidad;
Cuando se da como buena la suma de todas las cuentas de la vida que uno mismo no puede calcular pero que Otro ha dado por buenas, aunque no se puedan probar;
Cuando la experiencia fragmentada del amor, la belleza y la alegría se viven sencillamente y se captan como promesa del amor, la belleza y la alegría, sin dudar a un escepticismo cínico como consuelo barato del último desconsuelo;
Cuando el vivir diario, amargo, decepcionante y aniquilador se vive con serenidad y perseverancia hasta el final, aceptado por una fuerza cuyo origen no podemos abarcar ni dominar;
Cuando se corre el riesgo de orar en medio de tinieblas silenciosas sabiendo que siempre somos escuchados, aunque no percibamos una respuesta que se pueda razonar y disputar;
Cuando uno se entrega sin condiciones y esta capitulación se vive como una victoria;
Cuando se experimenta la desesperación, y misteriosamente se siente uno consolado sin consuelo fácil: Allí está Dios y su gracia liberadora, allí conocemos a quien nosotros, cristianos, llamamos Espíritu Santo de Dios”.