El extraordinario amor de Dios

El elegido por mí fue el español José Ortega y Gasset. Cuando presenté la monografía comencé comentando que al analizar a un filósofo de la envergadura de Ortega y Gasset, me sentía como un payaso de circo, hecho a base de práctica y experiencia, interpretando a Shakespeare.

Hoy tengo una sensación similar. Quiero hablar del extraordinario amor de Dios y me siento absolutamente limitado para hacerlo, pues el amor de Dios sobrepasa todo entendimiento. Confío en la guía del Espíritu Santo para llegar a vislumbrar lo insondable del amor de Dios.

La esencia misma de Dios es amor. Dios es mucho más grande y sublime de lo que podemos imaginar, y también lo es su amor.
Muchas veces nuestro amor humano es mezquino, limitado y egoísta, pero el amor de Dios es inmenso, no tiene límites, es extraordinario.

Esta es la oración que hizo Pablo por el pueblo de Dios en Efesios 3.14-19:

Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo (de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra), para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios.

El extraordinario amor de Dios

El tema central de Pablo es que conozcamos el amor de Dios. Él pide que seamos cimentados en su amor y que podamos comprender plenamente la anchura, la longitud, la profundidad y la altura de ese amor.
Pablo termina diciendo: ««que seáis capaces de […] conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento»» Parece una paradoja, ¿no es cierto…? ¿Cómo podemos conocer un amor que excede todo conocimiento…? A mi juicio, sí es posible. Pero creo que no podemos conocerlo únicamente con nuestro intelecto, sino por medio de la revelación de las Escrituras y del Espíritu Santo. Es una revelación que analizamos con la mente y recibimos con el espíritu.

Para ir entrando en tema, quisiera mencionar cuatro verdades acerca del amor de Dios:

De la misma manera que la respuesta a Dios es personal el amor de Dios es, también, personal. Si bien él ama a todos por igual, lo hace a cada uno en particular.
Jeremías 31.3 “Jehová se me manifestó hace ya mucho tiempo, diciendo: “Con amor eterno te he amado; por eso, te prolongué mi misericordia”.

La misma cita nos revela que el amor de Dios por cada uno de nosotros es eterno. No se acaba ni completa nunca. Su amor es eterno como él es eterno, y es por su gran amor que nos atrae hacia él mismo y nos prolonga su misericordia. Durante toda la eternidad seguiremos experimentando y disfrutando del amor de Dios.

Dios nos ha amado desde antes de la fundación del mundo
Efesios 1.4-5 dice: «…según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuéramos santos y sin mancha delante de él.
Por su amor, nos predestinó para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad».
Dios nos ama desde la eternidad pasada y hasta la eternidad futura. Nos escogió, nos amó y guardó desde antes que el mundo fuera.

En Cantares 8.6 hay una afirmación muy simple y poderosa: “…porque fuerte como la muerte es el amor”
La muerte es irresistible. Nadie puede detenerla cuando nos encuentra. Sin embargo, cuando Jesús murió y resucitó venció a la muerte y comprobó que el amor es más fuerte que la muerte. La fuerza negativa más poderosa del universo fue vencida por la fuerza positiva más irresistible del universo: el amor de Dios. No hay nada ni nadie que pueda resistir el amor de Dios cuando se hace realidad en la vida de cada uno de nosotros, porque «…estoy seguro de que ni la muerte ni la vida, ni ángeles ni principados ni potestades, ni lo presente ni lo por venir, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús, Señor nuestro».

El extraordinario amor de Dios

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