En la vía dolorosa, la piedad religiosa pudo contemplar una escena que no aparece en los evangelios: el encuentro de Jesús con su Madre. La cuarta estación del Vía crucis.
María sabe dónde buscar a su Hijo… “en las cosas del Padre”… haciendo lo que su Padre le pidió. Por eso la Madre está en el camino del Hijo, para sostenerlo y alentarlo en la Obra.
Un encuentro celebrado en el silencio de unas miradas que se cruzan y los envuelven en ese misterio de amor que los embargo a los dos. En sus ojos, Jesús puede sentir aquella mirada del Padre que guardaba en su corazón. Por eso la Virgen encuentra a Jesús mientras sube al Calvario, para alentarlo y confortar su alma, para decirle con su presencia que falta poco para llegar…
“Junto a la cruz de Jesús estaba su Madre…” Siempre la Madre junto al Hijo. Una escena que emociona y estruja el corazón de cualquiera que se estacione en esta parada del camino de la cruz. Es la Madre de los Dolores y de las Penas; pero sigue siendo aquella mujer feliz que reconoció Isabel en el encuentro de la Visitación. Feliz por haber creído…. Es feliz la Virgen al lado de la cruz de Jesús porque su fe no se ha quebrado, su fe joven de luchadora que acompaña a Jesús en la batalla de salvación como fiel y próvida colaboradora. Una fe siempre fresca y con el exquisito sabor del mejor vino añejado, pues la fe de María sabe de ese añejamiento que produce el quedarse estacionada allí donde Dios la pone, estacionada en su fidelidad, estacionada en el amor.
Feliz es María porque sabe que la voluntad de Dios se cumple en ella y en su hijo. Feliz de ti María, porque la noche del viernes santo te preparó para recibir la luz del sol pascual, en esa vigilia de oración y de esperanza que va hasta la aurora del domingo.
Y en el momento vértice de la Redención, poniendo a Cielo y a los hombres por testigos, la Madre de Jesús se convierte en la Madre de todos los hombres, la Madre de la Iglesia.
“Mujer ahí tienes a tu hijo”. La Madre ya no estará sola… siempre tendrá algún hijo que engendrar y cuidar, son los hijos de la fe y del dolor que empiezan a nacer en el Calvario.
“…ahí tienes a tu Madre”. Tampoco habrá hijos sin madre, niños huérfanos. Juan siempre tiene a su Madre. Y Juan eres tú y soy yo… Juan es el creyente, Juan es la Iglesia. La experiencia del sufrimiento que Dios ha venido a compartir haciéndose hombre como nosotros, es la experiencia que nos pondrá siempre en la cercanía de la Madre. Ella es experta en penas y dolores, y recibió la misión de quedarse junto a la cruz de esos hijos menores que somos todos.
Descubrir a la Madre de Jesús como nuestra, es una de las gracias que hemos de pedir cada día. La Virgen Madre permanece en todos los calvarios de la historia para contagiarnos de su esperanza amorosa: la única luz que pudo sostenerla para atravesar la densa noche del dolor sin temores.
Tal vez hoy sintamos ganas de decirle a la Madre de Jesús aquellas palabras del Stabat Mater: “junto a la cruz contigo estar, y contigo asociarme en el llanto, es mi deseo”.